15.6.22

No te duermas en una de terror (o sí): Pesadilla de Elm Street (1984), de Wes Craven, y El príncipe de las tinieblas (1987), de John Carpenter

(con spoilers)

El director John Carpenter muestra una obsesión en sus películas: encerrar a gente en un espacio reducido, que no tengan contacto con el exterior (o les sea difícil), con la amenaza de una criatura extraña que los va eliminando. La niebla (1980) y La Cosa (1982) son precedentes de El príncipe de las tinieblas (1987) en este aspecto. Películas como La invasión de los ladrones de cuerpos (1956) o Alien, el octavo pasajero (1979) son influencias de Carpenter. Como lo es Howard Hawks (La Cosa es un remake de El enigma de otro mundo que la produjo Hawks en 1951 y otra de las pelis de Carpenter, Asalto a la comisaría del distrito 13, de 1976, es una versión moderna de Río Bravo (1959), de Hawks). 


En El principe de las tinieblas no son espíritus vengativos de los ahogados (La niebla) ni alienígenas llegados de otro mundo (La Cosa) lo que da miedo al espectador. Aquí es el mismísimo Diablo. Como en La niebla, hay un secreto que es revelado y que da pie a toda la odisea. En el sótano de una iglesia abandonada un sacerdote (Donald Pleasence) les descubre a un grupo de estudiantes de física una especie de tubo de cristal que alberga a Satán, aunque parezca blandiblup a primera vista. El grupo se queda, obviamente, encerrado en la iglesia (hay un grupo variopinto de gente que los vigila desde fuera, impidiéndoles escapar, con cameo del cantante Alice Cooper incluido que atraviesa a uno con una bicicleta con una facilidad pasmosa después de haber visto a una paloma crucificada). 

Como en La Cosa, el monstruo comienza a apoderarse de los estudiantes, en una suerte de posesión demoniaca muy chunga pues arranca con una chica que se acerca demasiado al tubo, este le lanza el líquido a la boca y voilá. Y a partir de aquí unos se van escupiendo a otros en un carnaval de terror salival. Hay otra escena en la que otra poseída parece haberse quedado embarazada, de pronto se desinfla y va, cual soldado del príncipe de las tinieblas, a buscar a este, que se esconde en otro mundo paralelo a través de un espejo a lo Alicia en el País de las Maravillas (solo le vemos la mano con la pezuña para que no quede dudas). El sacerdote patético no busca el momento de hacerse el héroe, todo lo contrario: él que ha atraído a los ingenuos chavales sale por patas. Todo bien.

Lo que más me ha flipado porque nunca había hecho esta conexión es la importancia del sueño en El príncipe de las tinieblas. Siempre había pensado en Pesadilla en Elm Street como la película de terror que había usado mejor el dormirse como parte del enigma. Freddy Krueger se apoderaba de chavales en sus sueños para acabar con ellos, mezclando realidad y ficción en una orgía de sangre (que se lo digan al joven Johnny Depp). En El príncipe de las tinieblas, los chavales que se duermen, por el contrario, sueñan con algo en positivo, con una imagen enigmática, una sombra de alguien, que parece darles pistas sobre lo que va a suceder para que así puedan evitarlo. Esa persona sin identificar les dice que les habla desde 1999 y no es otra que la estudiante que se sacrifica y acaba en el otro lado del espejo junto a la embarazada desinflada y el Diablo (todo muy normal).


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