28.4.23

El hijo zurdo: un hijo rabioso, una madre hundida, la infelicidad en una Sevilla con alma

Opinión de la miniserie El hijo zurdo, estreno en Movistar Plus+ el 27 de abril.


El guionista Rafa Cobos (La isla mínima, El hombre de las mil caras, Apagón) se atreve a dirigir por primera vez (dos episodios, los otros cuatro los firma Paco R. Baños) adaptando la novela de Rosario Izquierdo. La mirada femenina surge desde su origen. El resultado me gusta. Tiene un punto underground, de novato, de intentar romper estéticamente, cortando la imagen en cuadrado cuando habla del pasado, frenando en seco la música para dar pie a una nueva escena. Pero lo que aparenta ser una gamberrada visual, se nutre con el detalle, la música, con ciertas imágenes simbólicas y diálogos con un poso filosófico, de mirarle a la vida a cara de perro, a los ojos. Los mismos, grandes, penetrantes, con esa ceja oscura y ese pelo revuelto, de María León, seria como su desdicha, no regala una sonrisa en las dos horas que duran los seis episodios. 

Se pasan volando porque el ritmo es frenético, tan rabioso como Lorenzo, un chaval que se droga para no enfrentarse a la realidad, que odia lo diferente porque se odia a sí mismo. Lorenzo casi mata a un marroquí con su nuevo amigo. Cuando hablan de skinhead pienso que estamos en otra década. Pero es el ahora. Su madre Lola está desesperada con su hijo, que le ha salido torcido. Pero son tal para cual, porque Lola está harta de su falsa vida, vacía, y su propia decadencia ha infectado a su hijos. La chica intenta comprender. Lee sus diarios, pero dice Lola que la mitad son falsos. Lola lleva un brazo escayolado, el izquierdo, ella que es zurda, como su hijo. Lola siente debilidad por el débil, por Lorenzo, y su hija echa de menos a su madre. La tristeza campa a sus anchas en esa casa con piscina. Pues Lola tiene pasta, aunque eso sea lo de menos. Su hijo rebelde, en comisaría, le aterriza los pies en el suelo. Entabla relación con otra mujer, igual que ella pero sin dinero. Esta amistad se va abriendo camino, al tiempo que se abre una brecha cada vez más grande entre madre e hijo. 

Estamos en Sevilla, pero es esta una ciudad en la que llueve sin parar, siempre que estas dos mujeres unen sus lamentos. Una ciudad en la que las ratas campan al lado del río comiendo pescado muerto. No hay resquicio para la comedia, pero algo tiene lo andaluz que a mí me levanta la sonrisa. La serie está salpicada por momentos muy de allí, la virgen en el bar, la orquesta en la calle, la procesión en la tele. Bajo ese barniz de espiritualidad se esconde una familia rota pues el marido de Lola hace tiempo que se separó de ella. Pero la farsa debe continuar porque el susodicho es un político en ciernes, cuya prioridad es la alcaldía por encima de cualquier otra cosa. Este ataque al privilegio queda aquí reflejado, en pequeños detalles como limpiarse el zapato con un algodón desmaquillador y tirarlo al váter. Me sorprende el detalle inquietante de un avión que no avanza y queda suspendido en el aire. Una metáfora de este hombre al que la vida parece irle bien, pero que tiene a su hijo fuera de sí. O que el episodio 2 se titule La playa, por la imagen pasajera de un momento feliz de la pareja, que dura un nanosegundo. O que la misma estampita que coloca ella en la cama del hospital la lleve el político para vender una idea que atraiga los votos de los más devotos. 

Un borrador de una novela llamada El hijo zurdo aparece porque Lola siempre quiso escribir. Para ella, Lorenzo es ella misma, su vida. Escribir es su terapia. Alguien que parece tenerlo todo, pero no tiene nada. La imagen de la tristeza más pura, sin artificio. Esa escayola tiene un origen que llega a su fin cuando se rompe. Algo se tiene que romper, y no solo la escayola, para empezar de cero. El hijo zurdo habla de eso, de la maternidad, de la amistad, del privilegio, de la educación, de la política, de las segundas oportunidades, de perdonar para reaprender. En Sevilla gobierna el fervor, se escucha. Y con ese mismo ansia vive Lola por su hijo, al que es capaz de sostener literalmente cuando este cae. Una heroína que lucha sola porque siente culpa y se ve a sí misma en él, en su debilidad. Este hijo zurdo de Rafa Cobos esconde más de lo que aparenta, es una historia dramática pero que no se ve entre lágrimas, que no ataca la fibra gratuitamente. En ocasiones abusa de la música, demasiado presente, pero se perdona porque su intencionalidad es evidente. Me resulta todo cercano y verdadero, muestra sus cartas desde el principio. Esto es lo que pasó entre Lola y su hijo Lorenzo, algo que le podría haber ocurrido a cualquiera y que te hace ponerte en el lugar de los diferentes personajes. Qué bien está María León y qué naturalidad lo de Tamara Casellas (que a mí me flipó en Ama). Todo rezuma verdad en una historia pequeña que Cobos consigue hacer muy grande. 

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