30.7.19

Orange is the New Black, ¿ha sido un buen final?

Orange is the New Black marca un hito para Netflix, siete temporadas. Y ha acabado apuntándose un salto al vacío al incluir en su última temporada un centro para la detención de inmigrantes ilegales. La séptima (y última) entrega de la serie inspirada en las memorias de Piper Kerman, publicadas en 2010, que estuvo en prisión un año (en 2004, cometió el delito en 1993 con 24 años) y creada por Jenji Kohan, mostró una cárcel de mujeres, con un reparto fabuloso –es una serie de personajes–, sin pasarse con el drama y alimentándolo con sugerentes flashbacks y situaciones tragicómicas. Nada que ver con la Oz de HBO, para entendernos. 


Orange nos mostró al principio que la cárcel no sirve para nada, que es lo peor que te puede pasar, que provoca situaciones surrealistas, que hay que dejarse llevar e intentar escurrir el bulto, pasar desapercibida, que si fuera algunos temas se siguen sin tolerar, dentro será aún peor… Tras el motín de la quinta temporada, la serie giró. Y en la última entrega se apuesta en positivo, hay que ser optimista, por eso, la cárcel puede cambiar tu vida a mejor, puede servir para creer en el ser humano, para enamorarse, para ser quien no te atreviste a ser. La cárcel al final es de aquellas que deciden tomar el mando, no para trapichear con drogas sino para cambiar las cosas. Orange tal vez no muestre la realidad, pero intenta apostar por lo correcto, porque es posible el cambio. Nunca quiso sentar cátedra ni analizar el día a día de una cárcel real (Litchfield era muy light), pero sus personajes sí han sido honestos. Al final han llegado los que tenían que llegar. Hay muertes, sí, y desesperación e injusticias, pero también un atisbo de esperanza, de que las cosas pueden cambiar. Y eso siempre está bien.

Leer más sobre el final.

La fundación que se ha creado en la vida real con un personaje de ficción.
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