12.8.11

Crítica. 13 asesinos, cine de samurais con la escena de lucha más larga


Honor y justicia. Dos conceptos que sobrevuelan, se confunden y condicionan a sus protagonistas, en este drama ambientado en el Japón feudal de Takashi Miike, conocido entre sus seguidores por sus inquietantes y sorprendentes secuencias en películas como Ichi the Killer (de 2001, o el esquizofrénico asesino, fan de la carne picada humana aliñada con yakuzas) y Audition (de 1999, o el arte de la tortura acupuntura, kirikirikiri). No en vano este grupo de samuráis se juega la vida sin temer a la muerte, y se practica el harakiri con una tranquilidad pasmosa. Todo sea por el honor y/o la justicia. Esto es lo que acerca 13 asesinos a Los siete samuráis (1954) de Kurosawa. Si en ésta los campesinos contratan a estos Robin Hood nipones de la guerra para protegerse de los que roban sus cosechas, en la película de Miike es uno de los oficiales (que reúne a los mejor preparados) el que toma la decisión de jugarse el cuello contra el hermano del Shogun, un tipo ambicioso, al que, en la primera mitad de la película, se nos retrata como un sádico asesino con total impunidad para torturar y matar. A diferencia de sus dos obras maestras anteriormente citadas, 13 asesinos –que fue nominada como mejor película en el Festival de Venecia del año pasado y ganó en Sitges el premio del público– parece tener más relación con el cine en el que se está volcando el director ahora. Su próximo proyecto, Hara-kiri: Death of a samurai, presentado en la sección oficial a concurso del Festival de Cannes de este año, está protagonizado por un samurái que pretende suicidarse. La desesperación, la locura, la angustia llevada al límite continúan aquí. También la necesidad de venganza, sangrienta, y de una crueldad excesiva. Y el fino humor surrealista, siempre chocante, pero muy de Miike, del cine japonés. 13 asesinos es 100% cine de samuráis. Un chute de acción en vena. Y, sumando algunas escenas que se fijan en la retina (esa mujer mutilada, imagen del terror, de la maldad absoluta), le resta parte de esa escena de lucha de 45 minutos final, que se alarga, como es obvio, más de lo humanamente permitido

[Crítica publicada en la revista Cinemanía de agosto]

+La escena más larga de lucha samurai jamás contada.

El tercio final de la película de Takashi Miike es un espectáculo de sablazos, patadas, cuchilladas y estacazos a diestro y siniestro, con harakiris incluidos. La inminente llegada al poder del violento e implacable hermano del Shogun provoca esta batalla campal, entre los 13 asesinos del título, que pretenden su derrota y el restablecimiento del orden, y los 200 samuráis que componen el ejército de este individuo loco y despiadado. ¡Sálvese quien pueda!

Todo vale en esta orgía sangrienta y excesiva que se sucede durante 45 minutos en un poblado aislado. Así son los nipones del Japón feudal: la lucha por el honor llevada al extremo. Katanas a dos manos. Ondas a pedradas. Flechas con arco. Y si no vale el filo de los cuchillos, no queda otra que utilizar las manos. Trampas inesperadas, explosiones y hasta una manada de búfalos en estampida con el cuerpo envuelto en llamas. Lo normal.

El director de Ichi The Killer y Audition despliega todo su ingenio retorcido para perturbarnos con algunas escenas memorables. Violaciones, mutilaciones, torturas, asesinatos… que desencadenan en la misión suicida de los 13 asesinos. A Tarantino le encantará.

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