5.2.24

Opinión. Vermin: la plaga: no solo arañas asesinas en el edificio

Opinión sobre la película Vermin: la plaga (Vermines), de Sébastien Vanicek. 


Me voy a quitar cuanto antes del medio la comparación con Attack the Block (2011), de Joe Cornish. Ambas comparten a un grupo de chavales (aquí más mayorcetes, con evidente desarraigo social, aunque con cierta ambición) que deberá luchar contra algo inexplicable (allí extraterrestres; aquí, una plaga de arañas) sin salir del edificio en el que vive. En Vermin: la plaga también el prota está más solo que la una y deberá tomar decisiones arriesgadas. La peli de Sébastien Vanicek puede recordar (por aquello del encierro involuntario y el cierre al exteror) a cintas como la de la española REC. El espectador sabe que los personajes tendrán que ingeniárselas para sobrevivir en equipo y que deberán encontrar la libertad sin ayuda del sistema. 

Todos estos conceptos los retoma Vermin: la plaga para moldear una película muy entretenida, llena de acción pero también de reflexión social, con unos treinteañeros que se ven envueltos en una caótica espiral de violencia, pero también de miedo e indefensión. El prota, Kaleb, es aún más prota porque se siente culpable. Amante de los insectos exóticos no se le ocurre nada mejor que comprar en el mercado negro una araña muy peligrosa. Esto él no lo sabe, pero gracias a un flashback el espectador va por delante. No nos explican a cuento de qué existe este bicho letal. En otras tramas arañiles sí lo hacen para justificar la maldad animal. Por ejemplo, en Arac Attack (2002) es un vertido tóxico (culpa humana). Vermin se acerca más por ello a Aracnofobia (1990), de Frank Marshall, en la que las arañas venenosas eran transportadas desde el Amazonas y se escondían en un granero, exterminando a los lugareños. Vermin tampoco cuenta por qué alguien, aunque sea en un recóndito rincón del mundo, se juega la vida para cazar estas arañas si en realidad luego puede acabar en manos de un niñato por dos perras. Por momentos, pienso que todo acabará con la típica madre de todas las arañas, la de tamaño XXL peluda como en la onírica Enemy. Pero no. 

El verdadero horror en Vermin llega con la reproducción del arácnido, algo que da asco a cualquiera, cuyas arañitas van haciéndose con un enorme edificio (otro personaje más, pues pareciera una gran incubadora), que parece ir engullendo a sus vecinos. Una suerte de pasaje del terror con nulas escapatorias, pero como estamos ante chavales más o menos espabilados, empatizamos con ellos, y queremos que se salven. Por mi parte, decir que uno de los puntazos de Vermin (que ganó el premio del jurado en el Festival de Sitges) es la cultura underground de la que presume, desde la adoración por las zapas Nike de coleccionista a la banda sonora con hip hop francés reivindicativo. Vermin: la plaga cumple con las expectativas y evita ser una peli más de bichos chungos mostrando una realidad social pocas veces vista en películas de género. Abstenerse aracnofóbicos.

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