La venden como una de las ficciones del año en Reino Unido. A mí se me ha hecho un poco bola. Entre mis actuaciones favoritas no se encuentra la de David Tennant haciendo de tipo taciturno, con aspecto de no romper un plato pero que escama a la primera. Un médico respetable casado con una profesora en una pequeña comunidad en la que todos viven con la sonrisa puesta de serie. La ficción arranca con una tragedia inimaginable, ese incendio del título en español (en inglés, Deadwater Fell) en el que mueren las hijas de Tennant, aunque pronto se averigua que alguien los ha matado antes. Lo que podría haber sido un intrigante thriller sobre este insólito acontecimiento en una pequeña comunidad deriva rápidamente en una sucesión de escenas en las que el espectador debe posicionarse con/contra la madre de las chicas o con/contra el padre de las chicas (sí, las víctimas son niñas). El problema de esta época que nos ha tocado vivir de lo políticamente correcto es que hay pocas opciones de que Tennant, el hombre blanco heterosexual, se vaya de rositas si la trama lo enfrenta a su mujer, una señora algo desequilibrada que parece sufrir en silencio. Ya nos ha pasado con Liar. Se me hace larga en muchos momentos y bastante obvia, hasta llegar al final en el que espero con el ansía viva a que me cuenten cómo Tennant y su mujer sobrevivieron al incendio, pero sus hijas, no. Tampoco ayuda la actuación de Cush Jumbo (como mejor amiga de Tennant), que pone las mismas caras y expresiones que en The Good Fight pero sin sus estilismos y con el pelo afro. Si me quedo con algo es con la actuación de Anna Madeley (Utopía), que es la que se lleva el papelón como mujer de Tennant, y la que hace de madre del médico (Maureen Beattie), cuya evolución me parece de lo más acertada. Le sobran escenas (y eso que solo tiene cuatro episodios) y le falta un toque diferente (yo personalmente estoy un poco cansada de las mujeres desequilibradas por culpa de sus maridos tóxicos).
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