16.6.18

Crítica. Hereditary, los exorcismos de la locura

Me flipan los filmes de terror (para los que me seguís lo sabéis) y llevamos unos cuantos años con muy buenas pelis de género. Algunas de ellas, de esas pelis que han triunfado incluso entre aquellos a los que no les mola el terror, no me han parecido tan sublimes (pongo el caso de La bruja), pero con la mayoría HE FLIPADO. O bien porque me ha parecido brillante su toque de humor negro (Déjame salir, mi peli favorita de 2017) o porque me ha hipnotizado de principio a fin (Under the Skin, IT Follows) o porque me ha destapado ciertos temores infantiles que creía olvidados (Babadook). Todas ellas, me gusten más o menos, me han parecido originales y contundentes en su realización, provocando en mí la inquietud y el desasosiego. Hereditary se une a este listado de películas. Es original, está muy bien hecha (visualmente, en ocasiones a lo Kubrick), sus actores están magníficos (lo que hace Toni Collette no está escrito) y logra cautivarte en su primera parte porque no hay nada mejor en una peli de terror que no saber muy bien de qué va, quién es el villano o el que maneja los hilos de la parte oscura y cuál es el significado de lo que parece de inicio un sinsentido. Como otros grandes filmes de terror, Hereditary profundiza en el terror psicológico, habla de la locura, de las pesadillas, del miedo más ancestral. Ese miedo está representado en una familia aparentemente normal, con su matrimonio y sus dos hijos, que comienzan a vivir una serie de desafortunados hechos (en esto me recordó al tono de El sacrificio de un ciervo sagrado) tras la muerte de la abuela. Sin contar mucho más, el director Ari Aster utiliza algunas escenas clave del cine de terror, como la niña y la pelota y la desazón de un padre ante la pérdida de Amenaza en la sombra (mil veces inspiradora); la locura instalada con cierta normalidad, aunque no lo sea, de El resplandor, e incluso, cierto toque a lo Exorcista, que, para mí, es la peor parte de la trama. Hereditary avisa desde su titular, lo que se hereda, pero nada en ella es tan obvio como pueda parecer de inicio. Y ahí radica su originalidad, con una primera parte desconcertante y absolutamente magnífica, que se desarrolla, sin embargo, por unos derroteros demasiado bizarros y delirantes, que a mí no me llegan a convencer, pero que no ensombrecen esa primera parte sublime y digna de ver todas las veces que hagan falta. Destaco, además, la actuación del joven Alex Wolff (tan perturbadora para mí como la de Barry Keoghan en El sacrificio de un ciervo sagrado); a mi siempre querido Gabriel Byrne (que, aquí, ni fu ni fa) y al cameo de Ann Dowd, para sus fans de The Leftovers y El cuento de la criada.

Hereditary se estrena en España el 22 de junio

con spoilers sobre el final de Hereditary

Habrá espectadores que pasen miedo, no lo dudo, y que estén inquietos en la butaca, eso seguro, pero cuando llegue el final, llegarán las discrepancias. En este sentido hay que tener clara una única cosa: si eres de los espectadores que necesitas una explicación "racional" para un miedo que, en apariencia, no lo es. Si desde el inicio, sabes que el monstruo se llama Freddy Krueger, está claro que lo único que querrás saber es por qué se hizo malo y cómo acabar con él. Sin embargo, cuando la historia arranca con una incógnita más profunda, en la que no sabemos de dónde surge el temor y cuál va a ser el desenlace, yo prefiero que se mantenga cierto misterio en su final, que me deje dudando, al estilo It Follows (comparte con ésta algunas cosas, como el alumni asustado en clase y las alucinaciones con personas desnudas). Sin embargo, Hereditary juega con esa herencia que, piensas, se debe a la genética. Una mujer cuyo hermano se ha suicidado y su padre era esquizofrénico, dudas que no esté en sus cabales, máxime cuando su hija muere, además, en un horroroso y desafortunado accidente.

Pero la herencia no es ésa, es la que hereda de su abuela muerta, que era una especie de reina de una secta que cree en el mal. Y al final el que recibe la corona (ella se corta la cabeza, otro leit motiv de la peli) es ese hijo sobrepasado por todo que se convierte en el rey Paimon. Toda esta parte final de la peli me saca por completo, parece otra película. Nada tiene que ver La semilla del diablo con este final. En la peli de Polanski, desde el inicio, sabíamos de esos vecinos cabrones, aquí aparecen muy tarde, cuando ya ni te planteas que sea algo diabólico o sectario. Las casas en miniatura, que le dan un punto visual potente a la peli, vienen a simbolizar que todos ellos son peones, juguetes de esta secta que los ha elegido para sus fines. De pasada, el personaje de Toni Collette cuenta en la sesión de grupo, que su hermano se suicidó. Él podría ser perfectamente el siguiente Paimon, pero se quitó la vida, así que el siguiente sólo podría ser el nieto varón.

Pero, hasta ese momento, la hija funciona como contenedor de este ser (era la preferida de su abuela y la niña, no lo olvidemos, tiene una cara raruna), por eso le corta la cabeza a la paloma. De hecho, hay un momento de la peli en la que a la madre se le escapa delante de su hijo que no querría haberlo tenido y que la obligaron, y en otro momento que la niña querría que hubiera sido un varón. Sea como sea, lo que parecía un toque de esquizofrenia heredada recibe una explicación, en base a una gran fuerza sobrenatural que necesita un cuerpo para seguir haciendo el mal en la Tierra. De la abuela pasó a su nieto, con una parada en la nieta, antes de morir ésta. El mal estaba en ellos de alguna forma, y la madre también parece ser un vínculo para lograr la meta de la secta.

Es cierto que la peli contiene pistas para saber que estamos ante una secta (como el collar), pero a estas alturas de la historia del cine lo último que me esperaba es que se tratara de un culto. Hubiera preferido algo más simbólico e incluso sin explicar. Los últimos 20 minutos se me hicieron eternos porque no quería creerme que fuéramos hacía ese final (Toni Collette volando sin cabeza). Las fotos del álbum (¿nadie sabía de su existencia antes?), los símbolos en la pared, las apariciones de muertos el culto, la gente sin cabeza… y el chaval con la corona de Burger King. En fin, una genialidad de primera parte, y esa atmósfera inquietante es con lo que me quedo.

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