El bar me reconcilia con el cine de Álex de la Iglesia. Es como meter a la tropa de La comunidad en un espacio aún más cerrado y más español si cabe, un bar en pleno centro de Madrid. Un bar cutre, como casi todos sus clientes, la representación de las dos Españas (o, al menos, de unas cuantas): los curritos y los pijos, la ama de casa ludópata, el hipster, por tener, tiene hasta su loco profético (Jaime Ordóñez, enorme, comienza cansino, pero acaba siendo un robaescenas), al estilo de La niebla (peli que no me gustó, por otra parte). Ya desde el póster me recordaba a la historia de Stephen King:
hay algo fuera que desconocemos, no salgamos de la cueva. La idea es buena, qué hacer cuando abrir esa puerta del bar supone jugarse el pescuezo.
El arranque tiene el mismo gancho de siempre, con diálogos que se pisan y crean humor del bueno, unido a la tensión de no saber qué pasa. Luego, cuando sabemos que no hay escapatoria, la comedia pasa de la coña barriobajera (qué grande Terele Pávez) al terror, la tragedia se vuelve excesiva, el director hace de lo grotesco un arte, la tensión es demencial. Pero eso no extraña a nadie a estas alturas. Es lo mejor del cine de Álex de la Iglesia. A mí todo esto me gusta, que el reparto coral sufra por partes iguales (Blanca Suárez en un papel al nivel del de Mi gran noche, haced más pelis juntos), que aquí todos valgan lo mismo, que sientas que te quedas atrapado como ellos. El desenlace, que podría haber sido un disparate máximo, con una traca final muy DelaIglesia, me parece lo mejor del filme, un final atípico, que demuestra que la montaña rusa igual que sube tiene que bajar y no siempre salir disparada por los aires. Creo que no es para todos los públicos, pues hay ciertas escenas agobiantes de ésas que se aplauden en el Festival de Sitges aunque sean las nueve de la mañana. No llega a ser redonda como La comunidad, pero
sus actores lo dan todo o eso es al menos lo que transmiten, y en ningún momento de la trama me salí de ella.
El bar se estrena hoy.
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