“Muéstrame un
héroe y te mostraré una tragedia”. F. Scott Fitzgerald se mezcla con las
canciones de Springsteen en Show me a Hero, la serie que ha devuelto a
los altares televisivos a David Simon (el primer tema que se escucha del
Boss habla del mismo Baltimore de The Wire). La miniserie resume el
vertiginoso ascenso y caída del alcalde Nick Wasicsko, político
demócrata de Yonkers, en Nueva York, con bastante mala fortuna. La misma
que ya arrastraba Oscar Isaac en Inside Llewyn Davis. Wasicsko no
aceptó nunca la derrota, se sintió ninguneado por los suyos e
incomprendido por los votantes, ignorantes de la enviciada realidad
política. En los 80, un barrio de blancos era capaz de emular a
Fuenteovejuna con tal de que los negros no invadiesen su pacífica
existencia. Qué pena que Catherine Keener parezca la señora Doubtfire,
porque, por lo demás, Show me a Hero muestra esa tensa mezcla
interracial que todavía hoy parece hacer pupita en el país más libre del
mundo. Menos trágico, pero igual de heroico, es Jonathan Ames, el
neoyorquino que no parece de este mundo y menos tras ver Blunt Talk.
Protagonizada por un periodista septuagenario (magnífico Patrick
Stewart), que recita a Hamlet o reivindica a Buñuel, se droga como si
fuera un chaval y se enfurece cuando es detenido por besarle las tetas a
un transexual. Un puñetazo a la hipocresía yanqui ambientado en Los
Ángeles, disparate de ciudad, cómo no, ideal para ambientar el primer
brote zombie de Fear The Walking Dead.
[Columna publicada en Cinemanía octubre 2015]
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