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(con spoilers del final)
Comenzaba la tercera temporada con Bedelia, atemorizada por Hannibal, pero junto a él pese a todo. Bedelia comía ostras, bellotas y vino Marsala, lo que daba Hannibal a sus víctimas antes de hincarles el diente. Encima de la mesa, el plato del día: la pierna de Abel en un flashback. El segundo final de Hannibal, el que vemos tras los títulos de crédito, recuerda, como si cerrara el círculo, lo que ha significado Bedelia en la vida del doctor Lecter. Ella, sentada a la mesa, le ha preparado también una pierna, más concretamente, la suya, creyendo que entrará por la puerta, matándola definitivamente. En una mano, un tenedor de trinchar, como si eso le valiera de mucho. Bedelia ha creído a Will, no a Hannibal, ha caido en su trampa. Will ha sabido cómo atemorizar a Bedelia, cambiarla, para que pague por lo que ha hecho. "Quien abrace al diablo que lo abrace bien". Bedelia se ha abrazado a su propio miedo, automutilándose para nada, presa del terror infundado.
Este final de Hannibal es perturbador, pero es que su creador, Bryan Fuller, siempre ha estado bailando a dos aguas en una de las series más hipnóticas y acojonantes de los últimos años. Siempre ha intentado unir lo desagradable, morboso y espeluznante con lo más bello, poético y encantador. Por eso, para el postre, nos deja esta imagen imborrable del Hannibal caníbal, del monstruo que da miedo, y de uno de los mejores personajes (Bedelia) que ha dado la parrilla.
Pero en el otro final, el que en verdad cierra lo que ha sido Hannibal (la relación entre Hannibal y Will), es donde me quedo maravillada. Qué belleza es capaz Fuller de encontrar en la muerte. Y qué bien rodada está toda la secuencia, con esa canción de Siouxsie Sioux con Brian Reitzell - Love Crime. Si la serie ha sido un constante juego del gato y el ratón entre ellos dos, no podía acabar de otra forma más que jugándose la última carta. Will miente a Bedelia, y al Dragón Rojo. Will ha sido una mente privilegiada hasta el final. Para capturar al Dragón nada mejor que utilizar como carnada a Hannibal. No sé si creerme que su jefe, Jack, le cree o es que sencillamente sabe que hasta que no acabe con él Will no se encontrará consigo mismo. Jack, llego a pensar, sabe que Will es un kamikaze. Ya lo dijo Bedelia: "Al empatizar con Lecter has encontrado tu religión, no hay nada peor que eso".
En Hannibal no sólo Lecter o el Dragón están enfermos, Will ha terminado por vivir confundido, obsesionado con el caníbal, como si fuera el yin de su yang. A pesar de que Will nunca me ha gustado como personaje, sí es cierto que ha dado mucho juego cuando se enfrentaba a Hannibal. Will ha sido apaleado, me da la sensación, en casi todos los episodios. Ha sido encarcelado, secuestrado, herido de gravedad, y todo lo que se te ocurra. Hasta le han matado a su familia. Realmente, pienso, no tiene nada que perder. Así que cuando ayuda a escapar a Hannibal, con el apoyo del Dragón, y acaban los tres en esa cabaña idílica cerca de los acantilados, me froto las manos.
El Dragón hiere a Hannibal que mira con desconfianza, ahora, a Will, que sorbe su vino feliz. Pero en vez de rematar al caníbal, el Dragón ataca a Will, dándole la vuelta a la tortilla y originando una secuencia en la que a Will no le queda otra que aliarse a Hannibal para acabar, primero, con el Dragón. Éste muere con la sangre creándole esas alas que siempre soñó tener (maravilloso cenital). Will, herido de gravedad, y Hannibal, desangrándose, se abrazan, se miran a los ojos, ahí hay amor o a mí me lo parece. Una escena homoerótica a la luz de la Luna, en silencio. "Esto es lo que siempre quise para los dos", recita Hannibal, sosteniendo a Will. "Es hermoso", responde Will. Y acto seguido, le abraza fuerte y se deja caer arrastrando consigo a Hannibal y cayendo por el precipicio del acantilado. Aparecen los títulos de crédito y me invade una sensación de estupefacción. No puede haber un final mejor para Hannibal que éste, la de dos hombres que se aman, que se odian, con un loco sobre sus espaldas.
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