25.12.13

Crítica En solitario, François Cluzet y el polizón de la Vendée Globe

Seres humanos, siempre poniéndonos a prueba, demostrando que podemos con todo, también en solitario, en las situaciones más adversas. Una de estas manifestaciones de superación es la Vendée Globe, en la que el participante da la vuelta al mundo en vela solo, sin escalas ni ayudas de ningún tipo. La película, que comienza y acaba en alta mar, implica emocionalmente al espectador a través de los ojos del carismático actor François Cluzet. Es fácil construir el paralelismo con su anterior éxito, Intocable: allí le inmovilizaba una silla de ruedas, aquí su pequeña embarcación. En ambos casos, también, la historia entra en su punto culminante cuando aparece un inmigrante. Aunque en En solitario (En solitaire), de Christophe Offenstein, el extraño pone en peligro el fin de la competición, que no es otro que ganar y probar que se es el mejor. Pero, el mejor, ¿en qué, por qué? En una historia sencilla y sobria en su ejecución –insisto, prácticamente sin pisar tierra– seduce, primero, el magnetismo de Cluzet, esos primeros planos, sus miradas de complicidad. También el sentirse un poco como ese desconocido, vivir su trágica aventura, metáfora de las prioridades en nuestras vidas. El temor a ser descubierto, la tensión de quien quiere hacer las cosas bien pero no sabe cómo… las siente el navegante, sí, y también el polizón. Cuando llega el final pueden surgir las discrepancias, pero siento que el viaje ha merecido la pena. [Crítica publicada en Cinemanía diciembre] Se estrena el 1 de enero en España

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