7.4.13

La relación de Don Draper y Peggy Olson Estreno hoy en AMC de la sexta temporada de Mad Men

En el detalle está la perfección. Una máxima con la que parece guiarse Matthew Weiner, el creador de Mad Men, al perfilar una de las series con más escenas llenas de sentido metafórico. Una imagen imborrable de la temporada pasada ha quedado en el recuerdo: la del publicitario algo anticuado Don Draper –los Old Fashioned le delatan– besando la mano de su protegida Peggy Olson, cuando ésta decide comunicarle su dimisión irrefutable. Don se postra prácticamente a los pies de la que fuera su secretaria, ahora una eficiente redactora de publicidad, que no puede evitar emocionarse al tomar tan drástica decisión. Para comprender Mad Men y enfrentarse a la sexta temporada que estrena hoy AMC en Estados Unidos y mañana 8 de abril Canal+, hay que entender la relación entre estos dos personajes, la cara y cruz de la misma moneda. De hecho, una de las incógnitas de este año es el regreso de Peggy a la vida de Don. Por primera vez, Peggy podrá competir de igual a igual en el mundo de la publicidad con el que fuera su mentor. Es más, ¿podría Don llegar a trabajar para Peggy?  
La secretaria ambiciosa

La que iba a convertirse en la primera mujer publicista de la agencia –su primera cuenta fue Clerasil– entró en Sterling Cooper como una joven nerviosa que intentaba actuar como una adulta. Una mujer lista, de principios, eso sí, en un mundo el de finales de los 50, dominado por los hombres. Peggy Olson logra algo casi inimaginable para la época: triunfar sin sacrificar su feminidad –su evolución de estilo también es notable– escalando posiciones con tenacidad pero sin pisar a los demás como hace “la némesis” de Don, Pete Campbell. Esto no sólo honra a Peggy ante la mirada de su nuevo jefe Don, sino que le sirve a éste para mantener un tanto alejado al joven trepa. Don y Peggy se utilizan a su manera y son de los pocos personajes que interactúan sin mantener relaciones sexuales. Hay respeto sin deseo, algo tan inusual en Mad Men como no beber y fumar de forma compulsiva.

La publicidad era el trabajo más glamuroso y aunque ingenua y asombrada por la novedad, Peggy sabe aprovechar los malos consejos de la voluptuosa Joan, dándoles la vuelta. “En un par de años dando los pasos adecuados vivirás como nosotros en la ciudad”, le comenta Joan. “Y si das los verdaderamente adecuados en una zona residencial sin trabajar nunca más”. Peggy se aleja así de su futuro inmediato –ser la próxima Joan– para convertirse casi sin proponérselo en el futuro Don. La primera vez que interactúan estos dos ni se saludan. Pero ya en el piloto de la serie vemos a Don defender a Peggy ante el acoso de Campbell. En esa época se aceptaba sin más el acoso sexual: los hombres salían de sus despachos y ahí estaban ellas, las secretarias, empleadas que saldrían con ellos, estuvieran o no casados. Mientras Pete anima a la mojigata Peggy a enseñar las piernas, escuchamos a Don dirigirse por primera vez a Peggy, disculpándose por el joven. No es que Don la respete lo más mínimo, es que odia a Pete, recordemos. Sin embargo, Don entiende pronto que Peggy no es como su mujer Betty, criada entre algodones. Peggy aspira a más, rompe la barrera, es como él: la viva imagen del sueño americano hecho realidad.

Como dice el propio Weiner, “Peggy es como Jack Lemmon o Ernest Borgnine en Marty, queremos que triunfe”. También lo desea Don que se ve reflejado en su honestidad. Pero eso será con el tiempo: Don aprenderá a entenderla y comenzará a amar a las mujeres a través de ella. “Las chicas fáciles no encuentran marido”, le dice el ginecólogo a Peggy mientras le receta la píldora. Pobre Peggy. Llevando una vez más la contraria se insinúa a su jefe. Es su forma de agradecer que la defendiera de Peter. Pero Don aparta su mano. “Soy tu jefe, no tu novio”. Primera reprimenda de jefe-padre. “No quiero que pienses que soy una buscona”. Pobre Peggy. “No te preocupes”, bufa Don. “Vete a casa, ponte los rulos, mañana empezaremos de cero”. Y es verdad. Porque es ahí donde Peggy se desvincula emocionalmente de Don, que la rechaza, él que se acuesta con todas sus secretarias.

La primera mujer publicista

Peggy no sólo asume que Don nunca retozará con ella en la cama sino que, después del affaire con Pete, decide centrarse en su trabajo. Tras la guerra, las mujeres que estudian o trabajan están mal vistas. Peggy no sigue un código de conducta, no es la perfecta y sexy ama de casa y esposa de Don. La secretaria de Sterling Cooper se transforma en la redactora de Sterling Cooper Draper Pryce. Vuelve a ir contracorriente. Don pronto se da cuenta que se siente libre delante de ella, que se muestra tal y como es. Ambos se han hecho a sí mismos, no vienen de familias acomodadas y esconden más de un secreto. De hecho, Don es la única persona que la visita en el hospital cuando da a luz al hijo no deseado de Pete. Él la anima y ella retoma su carrera con ilusión. Durante las siguientes temporadas se seguirán ayudando mutuamente. Peggy es esa chica capaz de exigirle un despacho a Sterling y al mismo tiempo desmoronarse ante una mala palabra de Don. Peggy no le tiene miedo a la autoridad, es Don el que la aterroriza. Necesita su reconocimiento, algo que hasta la sexta temporada no conseguirá. Pobre Peggy. “No te sientas mal por hacer un buen trabajo”, le espeta Don al final de la primera temporada.

Algo cambia cuando Don se presenta en casa de Peggy en la tercera entrega. Mientras Peggy avanza hacia su objetivo, quedándose sola, el infiel Don se da una segunda oportunidad con Betty, de nuevo embarazada. El infeliz Don vuelve a tomarla con ella y se disculpa por primera vez. Ha dado por hecho, como siempre, que ella le seguirá hasta el fin del mundo, que puede contar con ella en la nueva agencia. “Lo he hecho porque te veo como una extensión de mí mismo y no lo eres”. Él vuelve a estar sentado mientras ella le escucha de pie. Una escena que se repetirá en varias ocasiones. Cuando ella duda si empezar una nueva andadura profesional, Don le confiesa: “Me pasaré la vida intentando contratarte”. En La maleta, el magnífico séptimo episodio de la cuarta temporada, Peggy y Don acaban en la barra de un bar sincerándose. Don no se acostó con ella no porque no fuera atractiva sino porque “hay reglas en el trabajo”. Don se derrumba por la muerte de su amada Anna y se muestra vulnerable ante Peggy. “Ha muerto la única persona que me conocía de verdad”, le dice. “No es cierto”, le replica ella. Aunque ganan juntos la cuenta de la maleta Samsonite, Peggy se vuelve a sentir menospreciada cuando Don anuncia su boda con otra secretaria, la dulce Megan. “Me recuerda a ti”, le dice Don a Peggy. “Tiene tu misma chispa”. Pobre Peggy.

La quinta temporada dirige inevitablemente a Peggy a tomar una decisión, la más drástica de su vida profesional: abandonar a Don. No es cuestión de dinero, es cuestión de reconocimiento. Con un whisky en la mano, Peggy tartamudea: “El día que viste algo en mí, me cambió la vida”. Pero ese privilegio de trabajar con Don ya no es suficiente. A su mentor y protector, se le desencaja el rostro. Cuando Peggy le da la mano, el la coge y la besa. Un gesto de sumisión. Por primera vez, Don se siente realmente solo.

Don & Peggy, la extraña pareja, artículo publicado en TV Manía de La Vanguardia. Para leer la revista aquí.

+Artículo sobre series con el enemigo en casa, en TV Manía. 

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