En el detalle está la perfección. Una máxima
con la que parece guiarse Matthew Weiner, el creador de Mad Men, al perfilar
una de las series con más escenas llenas de sentido metafórico. Una imagen
imborrable de la temporada pasada ha quedado en el recuerdo: la del publicitario
algo anticuado Don Draper –los Old Fashioned le delatan– besando la mano
de su protegida Peggy Olson, cuando ésta decide comunicarle su dimisión
irrefutable. Don se postra prácticamente a los pies de la que fuera su
secretaria, ahora una eficiente redactora de publicidad, que no puede evitar
emocionarse al tomar tan drástica decisión. Para comprender Mad Men y enfrentarse
a la sexta temporada que estrena hoy AMC en Estados Unidos y mañana 8 de abril Canal+, hay que entender la relación entre
estos dos personajes, la cara y cruz de la misma moneda. De hecho, una
de las incógnitas de este año es el regreso de Peggy a la vida de Don.
Por primera vez, Peggy podrá competir de igual a igual en el mundo de la
publicidad con el que fuera su mentor. Es más, ¿podría Don llegar a trabajar
para Peggy?
La secretaria ambiciosa
La que iba a convertirse en la primera mujer publicista de la agencia –su
primera cuenta fue Clerasil– entró en Sterling Cooper como una joven nerviosa
que intentaba actuar como una adulta. Una mujer lista, de principios, eso
sí, en un mundo el de finales de los 50, dominado por los hombres. Peggy
Olson logra algo casi inimaginable para la época: triunfar sin sacrificar
su feminidad –su evolución de estilo también es notable– escalando posiciones
con tenacidad pero sin pisar a los demás como hace “la némesis” de Don,
Pete Campbell. Esto no sólo honra a Peggy ante la mirada de su nuevo jefe
Don, sino que le sirve a éste para mantener un tanto alejado al joven trepa.
Don y Peggy se utilizan a su manera y son de los pocos personajes que interactúan
sin mantener relaciones sexuales. Hay respeto sin deseo, algo tan inusual
en Mad Men como no beber y fumar de forma compulsiva.
La publicidad era el trabajo más glamuroso y aunque ingenua y asombrada
por la novedad, Peggy sabe aprovechar los malos consejos de la voluptuosa
Joan, dándoles la vuelta. “En un par de años dando los pasos adecuados
vivirás como nosotros en la ciudad”, le comenta Joan. “Y si das los verdaderamente
adecuados en una zona residencial sin trabajar nunca más”. Peggy se aleja
así de su futuro inmediato –ser la próxima Joan– para convertirse casi
sin proponérselo en el futuro Don. La primera vez que interactúan estos
dos ni se saludan. Pero ya en el piloto de la serie vemos a Don defender
a Peggy ante el acoso de Campbell. En esa época se aceptaba sin más el
acoso sexual: los hombres salían de sus despachos y ahí estaban ellas,
las secretarias, empleadas que saldrían con ellos, estuvieran o no casados.
Mientras Pete anima a la mojigata Peggy a enseñar las piernas, escuchamos
a Don dirigirse por primera vez a Peggy, disculpándose por el joven. No
es que Don la respete lo más mínimo, es que odia a Pete, recordemos. Sin
embargo, Don entiende pronto que Peggy no es como su mujer Betty, criada
entre algodones. Peggy aspira a más, rompe la barrera, es como él: la viva
imagen del sueño americano hecho realidad.
Como dice el propio Weiner, “Peggy es como Jack Lemmon o Ernest Borgnine
en Marty, queremos que triunfe”. También lo desea Don que se ve reflejado
en su honestidad. Pero eso será con el tiempo: Don aprenderá a entenderla
y comenzará a amar a las mujeres a través de ella. “Las chicas fáciles
no encuentran marido”, le dice el ginecólogo a Peggy mientras le receta
la píldora. Pobre Peggy. Llevando una vez más la contraria se insinúa a
su jefe. Es su forma de agradecer que la defendiera de Peter. Pero Don
aparta su mano. “Soy tu jefe, no tu novio”. Primera reprimenda de jefe-padre.
“No quiero que pienses que soy una buscona”. Pobre Peggy. “No te preocupes”,
bufa Don. “Vete a casa, ponte los rulos, mañana empezaremos de cero”.
Y es verdad. Porque es ahí donde Peggy se desvincula emocionalmente de
Don, que la rechaza, él que se acuesta con todas sus secretarias.
La primera mujer publicista
Peggy no sólo asume que Don nunca retozará con ella en la cama sino que,
después del affaire con Pete, decide centrarse en su trabajo. Tras la guerra,
las mujeres que estudian o trabajan están mal vistas. Peggy no sigue un
código de conducta, no es la perfecta y sexy ama de casa y esposa de Don.
La secretaria de Sterling Cooper se transforma en la redactora de Sterling
Cooper Draper Pryce. Vuelve a ir contracorriente. Don pronto se da cuenta
que se siente libre delante de ella, que se muestra tal y como es. Ambos
se han hecho a sí mismos, no vienen de familias acomodadas y esconden más
de un secreto. De hecho, Don es la única persona que la visita en el hospital
cuando da a luz al hijo no deseado de Pete. Él la anima y ella retoma su
carrera con ilusión. Durante las siguientes temporadas se seguirán ayudando
mutuamente. Peggy es esa chica capaz de exigirle un despacho a Sterling
y al mismo tiempo desmoronarse ante una mala palabra de Don. Peggy no le
tiene miedo a la autoridad, es Don el que la aterroriza. Necesita su reconocimiento,
algo que hasta la sexta temporada no conseguirá. Pobre Peggy. “No te sientas
mal por hacer un buen trabajo”, le espeta Don al final de la primera temporada.
Algo cambia cuando Don se presenta en casa de Peggy en la tercera entrega.
Mientras Peggy avanza hacia su objetivo, quedándose sola, el infiel Don
se da una segunda oportunidad con Betty, de nuevo embarazada. El infeliz
Don vuelve a tomarla con ella y se disculpa por primera vez. Ha dado por
hecho, como siempre, que ella le seguirá hasta el fin del mundo, que puede
contar con ella en la nueva agencia. “Lo he hecho porque te veo como una
extensión de mí mismo y no lo eres”. Él vuelve a estar sentado mientras
ella le escucha de pie. Una escena que se repetirá en varias ocasiones.
Cuando ella duda si empezar una nueva andadura profesional, Don le confiesa:
“Me pasaré la vida intentando contratarte”. En La maleta, el magnífico
séptimo episodio de la cuarta temporada, Peggy y Don acaban en la barra
de un bar sincerándose. Don no se acostó con ella no porque no fuera atractiva
sino porque “hay reglas en el trabajo”. Don se derrumba por la muerte
de su amada Anna y se muestra vulnerable ante Peggy. “Ha muerto la única
persona que me conocía de verdad”, le dice. “No es cierto”, le replica
ella. Aunque ganan juntos la cuenta de la maleta Samsonite, Peggy se vuelve
a sentir menospreciada cuando Don anuncia su boda con otra secretaria,
la dulce Megan. “Me recuerda a ti”, le dice Don a Peggy. “Tiene tu misma
chispa”. Pobre Peggy.
La quinta temporada dirige inevitablemente a Peggy a tomar una decisión,
la más drástica de su vida profesional: abandonar a Don. No es cuestión
de dinero, es cuestión de reconocimiento. Con un whisky en la mano, Peggy
tartamudea: “El día que viste algo en mí, me cambió la vida”. Pero ese
privilegio de trabajar con Don ya no es suficiente. A su mentor y protector,
se le desencaja el rostro. Cuando Peggy le da la mano, el la coge y la
besa. Un gesto de sumisión. Por primera vez, Don se siente realmente solo.
Don & Peggy, la extraña pareja, artículo publicado en TV Manía de La Vanguardia. Para leer la revista aquí.
+Artículo sobre series con el enemigo en casa, en TV Manía.
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