23.2.12

Crítica. Mi semana con Marilyn, un drama televisivo, demasiado naif


El único aliciente para ver hoy día El príncipe y la corista reside en la famosa tensión que existió en plató entre el director y su coprotagonista. Era una delicia olvidar la trama en sí (fácil) e imaginarse a la voluptuosa Marilyn Monroe, exigiendo más champán en vez del zumo de pega o reclamando mayor atención tras haber rodado 30 tomas de más. Y digo era, porque Mi semana con Marilyn plasma en imágenes aquello con lo que muchas veces hemos fantaseado. Sin quitarle mérito a la interpretación de Michelle Williams –que borda la vulnerabilidad, no del mito, sino de una mujer insegura, tan sexy como infantil–, y al aquí soberbio Kenneth Branagh, el debut del televisivo Simon Curtis, conteniendo una materia prima única (consentir esos desplantes y caprichos, la pérdida de papeles del director), se queda en un drama ligero, en el que, en ocasiones, se duda de la veracidad de lo que vemos. El leal e inesperado aliado de la actriz, el ayudante de dirección que contó en un libro su platónico romance con la Monroe, asoma en cada esquina, convirtiéndose en ocaciones en testigo impertinente, de sonrisa fácil. La interpretación de Eddie Redmayne acentúa de forma facilona el punto naif de la diva. E incluso se reserva la gran frase moraleja del filme: “Olivier es un gran actor que persigue la fama; y tú eres una famosa que quiere ser reconocida como actriz”. Ojalá todo fuera así de sencillo.


[Crítica publicada en el número de marzo de Cinemanía]

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