Voy a Alfredo's Barbacoa (calle Juan Hurtado de Mendoza, 11) porque es un clásico de Madrid al que no he ido nunca y me pilla cerca, tras ir a la exposición de Leonardo Da Vinci en el Canal de Isabel II. Si vas hay que pedir carne, es más, no te vayas sin probar su hamburguesa, de la que dicen, es la mejor de Madrid. Arriba, podeis ver las costillas (9,95 euros), que se presenta sin nada, ni patatas. La ensalada de col (media, 2,50) se puede pedir aparte, aunque con la hamburguesa grande, la superAlfredos, va incluida así como las patatas. Bebemos cerveza Heineken (2,95).
Cuando llegamos, sin reserva, el local está lleno, excepto la mesa en la que nos sientan. Hay reservas y de hecho a la media hora se va llenando de gente que espera su turno. El restaurante tiene dos plantas, aunque en la de arriba hay una barra de bar y pocas mesas, casi todas para dos. El ambiente real se cuece abajo, en un salón de techo bajo, lleno de posters y referencias al Real Madrid (el Bernabeu está al lado). Aunque coincidimos con ejecutivos de traje y grupos de chavales pijos, en el Alfredo's Barbacoa uno come con las manos, los manteles y servilletas son de papel, te encuentras el ketchup y la mostaza sobre la mesa, en botes de plástico, y los camareros van a toda leche. Aunque, a veces, con el jaleo del local, no se enteran muy bien. Tenemos que pedir los aros de cebolla (5,50) para compartir un par de veces porque se les había olvidado. De hecho no los cobran.
Ésta es la hamburguesa reina (8,95, 250 gramos), aunque la hay más pequeña (6,95, 160 gramos). No vienen con nada, tú le puedes añadir, con suplemento, una salsa, bacon, cebolla, tomate, etc. La carne está hecha a la barbacoa, muy rica, y por calidad precio no vas a encontrar una igual. En general todo nos sabe muy bueno, pero no llegamos a los postres que tienen también muy buena fama. El restaurante está especilizado en tartas de queso (como la que lleva galletas Oreo) y también tienen brownie. El café cuesta 1,65. Lo mejor: es rápido y económico para lo que comes de bien. Lo peor: el servicio, con las caras como oliendo a mierda, y el barullo que se puede montar si se peta el local.
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