26.8.11

Crítica. El perfecto anfitrión: si Niles no hubiera tenido a su hermano Frasier


Lo que más me gustaba de Frasier era el neurótico Niles. Han pasado los años y a David Hyde Pearce no le había vuelto a ver el pelo, perdido en el mundo teatral. Por eso, el mayor aliciente de El perfecto anfitrión (The Perfect Host) es reencontrarse con una versión de aquel Niles, pero en psicótico peligroso. Como si nunca hubiera tenido a un Frasier al que contarle los problemas. Pearce interpreta a un tipo del montón que vive en una casa muy chula donde hace fiestas y se lo pasa pipa. Una noche llama a su puerta un ladrón y hasta aquí se puede leer. Aunque tiene algo de Mr Bean y de Peter Sellers en El guateque, su lunático personaje te atrapa desde el primer momento. Y aunque la trama (retorcidísima) da muchos bandazos, en eso está su gran virtud: cuando creas una cosa ocurrirá otra. Déjate llevar que no te aburrirás. Imprevisible y rocambolesca. Como dice su protagonista, "toda acción tiene una reacción" y aquí hay acción para volver tarumba al mismísimo Frasier.

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