1.12.14

Crítica Frío en julio, papelón de Michael C. Hall

Infectados, vampiros y, sobre todo, la familia caníbal de We Are What We Are. El director Jim Mickle se había especializado en personajes terroríficos, hasta esta Frío en julio (Cold in July), en la que el otrora Dexter, Michael C. Hall, sufre una espectacular transformación: de tipo tranquilo de pocas palabras a héroe fortuito –tras matar a un delincuente– y, en la última parte de la película, a enardecido justiciero. Lo que podría haber sido un thriller (¿western?) de venganza al uso, Mickle lo altera de forma fascinante, dándole un par de giros argumentales inesperados e introduciendo la nota nostálgica gracias a esos (veteranos) secundarios que son Sam Shepard y, especialmente, Don Johnson, tejano ochentero por excelencia, tan macarra como burlón. Original en su planteamiento –deudor del cine de John Carpenter– y oscura y pesimista en su desarrollo (en la línea de Mátalos suavemente), esta segunda parte descolocará a más de uno. No deja de ser un delirante ajuste de cuentas al más puro estilo Chuck Norris, pero la intención de Mickle parece ser ésa, no contentarse con un único género y ofrecer al espectador un variado abanico de posibilidades: drama, comedia negra, thriller psicológico y, sí, acción pura y dura donde no faltan los tiroteos. Con formidables actuaciones, una potente banda sonora y una atractiva trama, Frío en julio es una de las apuestas indies más interesantes del año [Crítica publicada en Cinemanía diciembre]

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