Épico. Un dios, un rey, un (super)héroe. La mirada de Ridley Scott a la odisea protagonizada por el líder hebreo interpretado por Christian Bale es apabullante. Visualmente, Exodus: Dioses y reyes
es impecable. 151 minutos rodados en 3D que no dan tregua, con escenas
fotografiadas desde todos los ángulos, la confluencia de miles de extras
(el ejército egipcio, los esclavos) y colosales efigies y pirámides,
paisajes que parecen de otro mundo (pero están en éste, en concreto en
Canarias y Almería), con formaciones de docenas de carros tirados por caballos, y ese fastuoso vestuario, otro personaje más en una colosal ambientación
con la que el director no escatima en profusos detalles. Mención aparte
merece su recreación de las plagas, TODAS las plagas, regocijándose en
cada una de ellas, o la separación de las aguas del Mar Rojo, momento
cumbre con otro tsunami de formidables dimensiones para los anales de la
historia del cine. Ridley Scott más Roland Emmerich que nunca. Porque lo que hace el director de Gladiator o El reino de los cielos, es cine como el de antes para el público de ahora. Este Moisés, caballero oscuro –hombre contradictorio, excesivo, pelín perturbado– no separa las aguas, no es Charlton Heston
con los brazos abiertos y la vara en ristre. El Moisés de Ridley Scott
–habrá que llamarlo así desde ya como se recuerda popularmente al Drácula
de Coppola– divaga, sufre alucinaciones, es impaciente por momentos,
duda. Es como Batman, sí, un hombre al fin y al cabo, sin superpoderes,
también con una misión, que escucha una voz (y no es la de su fiel
Alfred). Esa voz, la de Dios, está personificada en un niño (nada
menos), tan malévolo (y esta presentación de lo divino es la mar de
interesante) como el heredero Ramsés. Porque lo más atrayente y original
de Exodus: Dioses y reyes –sin llegar a ser tan oscura y ambigua como el Noé, de Aronofsky–
es que los héroes y los villanos, a pesar de su eyeliner y sus dorados,
parecen personajes del futuro disfrazados de pasado. Olvidada la
actitud teatral y grandilocuente (para eso están los escenarios) ese
Ramsés con actitud indómita, sí, también derrocha un talante macarra de
segunda (Joel Edgerton está estupendo), acentuado por actores que desentonan de primeras (Aaron Paul, de Breaking Bad, luciendo greñas) y amiguetes desaprovechados (Sigourney Weaver y sus tocados pasaban por allí). Que el director ha metido tijera…
seguro, porque, en ocasiones, el espectador, que sigue el hilo bíblico
(como si de las páginas de un popular cómic se tratara), no logra
encajar alguna pieza (en concreto, a determinados actores y sus
motivaciones) en este vistoso y llamativo parque de atracciones donde la
entrada da derecho a casi todo. También a esperar otra propuesta más
audaz o menos guiada por la épica bíblica. Si las expectativas son
disfrutar de las heroicidades de un Moisés desmitificado y sentarte en
el cine a deleitarte con los efectos especiales, no lo dudes. Es
Christian Bale, magnífico como héroe humanizado, enamorado –de nuestra María Valverde–, alejado del arquetipo al que nos habíamos acostumbrado [Crítica publicada en Cinemanía]
Exodus: Dioses y Reyes, portada de Cinemanía.
Exposición del vestuario de Exodus en el Museo del Traje.
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