No hay nada que nos emocione más que una historia de superación: un amor prohibido que se hace realidad; un loser
que alcanza su sueño; ganarle la batalla a una dura enfermedad. En los
dos primeros casos, uno tiene poder de decisión, actúa y elige, luego
será cuestión de suerte, aunque el tesón siempre compensa. Pero frente a
un cáncer terminal, por ejemplo, el ser humano puede debatirse entre la
depresión y la angustia, o las ganas de vivir cueste lo que cueste. Bajo la misma estrella (The Fault in Our Stars), como ya planteaba el magnífico libro de John Green,
propone esto último, con dos adolescentes que se enamoran en un grupo
de terapia para enfermos de cáncer: ella, sumida en el desaliento; él,
exultantemente eufórico. Una sosegada historia de amor, llena de
sonrisas relucientes y miradas ingenuas, que el espectador asimila de
forma agridulce frente a la fatalidad. Su única alternativa es ‘saber’
vivir la vida que les ha tocado vivir, sin tirar la toalla, sí, pero
intentando transformar el desconsuelo en optimismo, la amargura en
ilusión. Y éste es el mensaje liberador, luminoso y positivo que
transmiten Hazel y Augustus, interpretados de manera hipnótica por Shailene Woodley y, especialmente, por el seductor Ansel Elgort, personajes, cuando triunfa el entusiasmo, deudores del cine de John Hughes. Como en el bestseller, el filme de Josh Boone huye de la lágrima fácil, sin dejar de abrazar la realidad. Si en Un invierno en la playa,
su debut en el cine, Boone exploraba las diferencias generacionales
entre un padre y su hija, aquí desarrolla, con la misma delicadeza e
inteligencia, un apasionante viaje hacia un futuro incierto en el que la
verdadera batalla es no perder nunca el aliento [Crítica publicada en Cinemanía]
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