7.12.14

Crítica Mil noches, una boda (Party Girl), Angélique Litzenburger a lo Carmina

La soledad era esto. Sentarte en la barra de un bar, bailar para tus clientes, animarles a beber. Tener 60 años y ser esa party girl la chica que siempre anima la fiesta. La de los ojos grandes y tristes, la que dejó de hablarse con sus hijos, la que espera algo que no acaba nunca por llegar. Cuando Mil noches, una boda (Party Girl) ganó en Cannes (ópera prima y mejor reparto) dijeron de ella que era “una película salvaje y de gran corazón”. Pero es mucho más. Porque Angélique duda cuando uno de sus clientes le propone en matrimonio. Duda porque no tiene miedo a envejecer sola. Una lección vital que nos regala una sexagenaria que se siente hermosa bailando para los desconocidos, pero no en la cama junto a su marido. Mil noches, una boda, además, cuenta con una magnífica intrahistoria que la hace aún más entrañable, sincera y valiente. Ese cine costumbrista del que tenemos buena cuenta en España con los casos de la Carmina de Paco León o las apariciones en su cine de Paquita, la madre de Almodóvar. Angélique Litzenburger, la protagonista, en realidad se interpreta a sí misma, dirigida por uno de sus hijos (Samuel Theis), que también aparece junto a sus hermanos. La soledad no es estar solo, es sentirse solo y, aunque Angélique recupere el contacto con sus hijos, parte del pasado olvidado, tenga amigos y disfrute cada momento, añora la libertad de quien vive su propia vida, sin miedos ni temores infundados por una sociedad que inventa esos demonios. Mil noches, una boda nos invita a reflexionar sobre nuestros deseos reales, sobre la autenticidad de nuestras motivaciones y sobre lo que verdaderamente queremos encontrarnos cuando buscamos ese (falso) santo grial al que hemos dado en llamar felicidad [Crítica publicada en Cinemanía diciembre]

2 comentarios:

Laura Gomila dijo...

No vemos la película del mismo modo. Cuando uno persigue la libertad privándose de "felicidad" es una utopía; y quienes necesitan de utopías a ciertas edades están muy necesitados de redimirse de muchos traumas... En mi opinión es una pobre desgraciada que se ha adaptado a la mala vida y se ha llegado a creer que es lo mejor que puede tener, que a los 60 años es atrayente a hombres de treinta y que eso va a seguir hasta el infinito y nada más y nada menos que en un puticlub. Alguien que se ha llegado a tragar esto tal vez busque la libertad, pero a cambio de fastidiarse la vida. Y si tan clara y admirable es su decisión ¿para qué trata de cambiar su vida...? Simplemente no puede y morirá sola o en casa de algún hijo, sin libertad y siendo una carga; ella lo sabe y le da igual porque el mundo de la utopía tira demasiado y ya no es capaz de adaptarse a lo mejor que le podía suceder: una vida digna y llena de comodidades y con la libertad que quiera al tener un santo como esposo. Sí, la historia es tristísima.

JUAN CARLOS GONZALEZ dijo...

“Chica de fiesta” (¿A quien se le habrá ocurrido “Mil noches, una boda”), supone el debut de nada menos que una tripleta de directores, actores y guionistas y ese puede que, a mi juicio, haya sido su mayor defecto. La falta de una unidad creativa. Basada en las experiencias familiares de uno de ellos Samuel Thais, los actores y actrices protagonistas se interpretan a si mismos con general acierto y libertad en el filo entre el documental y la ficción.

¿Podemos llegar a cambiar lo que somos, lo que hemos construido para bien o para mal, a los 60 años? La vida a veces puede ser generosa y darnos segundas y terceras oportunidades de poder ser realmente lo que somos o queremos ser, si las circunstancias externas no nos lo han hecho posible hasta ese momento, pero el cambio de dichas circunstancias para “mejorar lógicamente” dentro de los cánones sociales establecidos, no puede hacernos cambiar lo que ya somos, las pulsiones que llevamos dentro por muy autodestructivas que estas sean.

Todo ello se puede escribir en un momento pero asimilarlo en propia carne y a cierta edad es un choque emocional brutal al que Angélique Litzenburger se ve sometida pasando por las fases más o menos lógicas de esperanza, redención, y constatación de que no puede, aunque deba, cambiarse a si misma. Inevitablemente volverá a hacer daño a mucha gente por el precio de su fatal libertad. Pero aunque reaccione tarde es mejor autoinmolarse en un postrer acto que la honra que mentirles. Hay que comprenderla. Seguro que su marido y sus hijos acabarán haciéndolo.

Como apuntábamos al principio de este comentario el tono y el ritmo es irregular, luciéndose la cámara y la fotografía en los ambientes del cabaret con conseguidas atmósferas y sobre todo dejando caer la responsabilidad de sustentar todo el entramado en ese rostro curtido y esos ojos hermosos y agridulces de Angélique.