
Lo más interesante del episodio 11 de la segunda temporada es cómo nuestro Walter una vez más nos sorprende. En Edina, un pueblecito donde es mejor no ir a parar, viven personas que físicamente se parecen al Hombre elefante. Un espectáculo, vamos. Son capaces de disparar si se les acorrala. Cuando nuestros protas llegan allí van a por ellos, claro. La idea retorcida es que gracias a un sonido permanente que se oye como un extraño hilo musical si un extraño entra al pueblo no ve la cara real de los monstruos que pasan desapercibidos. Pero lejos del ruido los monstruos son monstruos, ni más ni menos. Y son así por un fallido experimento científico en el que Walter estuvo involucrado. Su compañero en tan vil tarea experimentó hasta con su hija, a la que dejó deforme, y ésta a su vez a su hijo pequeño. Y Walter, que se siente responsable y ha cambiado el chip (tal vez por el lavado de cerebro que descubrimos en el 2x10) obliga a Broyles a que esconda el caso y deje al pueblo de Hombres elefantes en paz. "Me gusta la verdad", dice. ¿Qué ocurrirá cuando le dija a su hijo Peter La Verdad?
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