Mírale qué feliz es Walter. El científico se escapa de la vigilancia de su hijo y es feliz entre los puestos del mercadillo de Chinatown. Se siente cómodo entre lenguas que no entiende, sumergido en otra cultura que le hipnotiza. Como un niño no ve los peligros, se deja llevar, pregunta, investiga, pero sin dejar de sonreír. Fringe, como he dicho en más de una ocasión, es muy buena por estos personajes tan reales, a pesar de lo que viven. Mi tío me decía el otro día que no veía Fringe porque le daba angustia pensar que este hombre, Walter, iba a romperse de un momento a otro, que le agobiaba ver lo frágil que es. Ese momento ha llegado en este episodio en el que, a pesar de su imprudencia, a él no le pasa nada si no a su ayudante (por fin dice correctamente el nombre de Astrid) y es entonces cuando hacen daño a uno de los suyos cuando se da cuenta del peligro que significa realmente dejarle suelto. Walter se acopla una especie de GPS tras la oreja para que su hijo no le pierda la pista. Walter se deja domar, a pesar de sus convicciones, y entra a formar parte de las normas, le gusten o no. Una lección de humildad para un genio.
La lombriz, también traducido como Cabeza de serpiente (Snakehead) porque el caso que nos ocupa es el de unas lombrices gigantes que matan a varios inmigrantes chinos que tomaron engañados una pastilla que las contenía. Peter habla por primera vez en cantonés.
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