26.11.18

Opinion. Maniac, un experimento emocional, lisérgico, sobre la locura

(opinión de Maniac sin spoilers)

A menudo, tal vez demasiado, decimos que una serie es un puzle por sus piezas sin conexión que al final consiguen encajar y satisfacer al espectador. En el caso de Maniac, la matrioska, el rompecabezas es llevado al límite, consiguiendo que la serie te sugestione hasta el punto de creer que la locura es algo de lo más normal.




La expectación era bien alta con su equipo, Maniac era el hype de la temporada. El creador de True Detective, Cary Fukunaga; los protagonistas, Emma Stone y Jonah Hill; secundarios como Justin Theraux, que volvía a repetir en el guión con Patrick Somerville, el creador de The Leftovers. Algo normal sabes que NO, que esto puede ser mucho. Debe serlo. Cuando arranca me temo, sin embargo, una nueva Origen (Inception), película que odio desde lo más visceral de mi ser (todos odiamos algo que a los demás encanta). Y me pasa con Maniac que me gusta lo contrario que a los demás. Por ejemplo, prefiero al cansino de Jonah Hill antes que a la macarra de Emma Stone. Las historias de ella me acaban por aburrir un poco, mientras que cuando sale él quiero más.

La pude ver antes de que Netflix la subiera y ya fui bastante entusiasta en Twitter. Pocas series hay que viendo sólo el primero de sus episodios me haya levantado tanta expectación


En un experimento cualquier cosa es posible y lo que hacen los creadores de Maniac es dejarse llevar. Y, sí, un poco, hacer lo que les sale de la punta. Puestos a imaginar un mundo irreal gracias a una pastilla, ¿por qué no recrear fantasías de todo tipo, como si, en realidad, nos pusieran unas gafas de realidad virtual? Sin reglas, sin restricciones, a pelo, cada episodio es una puerta abierta a la experimentación, a la locura y al caos. Se les podía haber ido de las manos. Como con el episodio a lo El señor de los anillos. Pero eso es lo que buscan. Que comprendas a estas dos personas que, sin conocerse, intentan ayudarse y van cayendo en diferentes estadios de locura, intentando resolver sus traumas, ahogados por la incomprensión. De lo mal que lo pasan (y nos lo hacen pasar) quieres que ganen, que se salven. Porque si hay algo que mola y mucho de Maniac es su evidente sentido de la fábula. No es un drama, tampoco una comedia al uso, ni un thriller, no es nada y lo es todo al mismo tiempo. Tiene tintes futuristas, pero la estética es retro. Bajo al sombra de la distopía se esconde una historia de amor, entre dos desconocidos, entre una madre y su hijo, entre un ordenador inteligente y su creador.

A veces, pienso en los Coen, otras en Wes Anderson, o en Scorsese y Spielberg. Mezcla estética Brazil de Terry Gilliam y El quinto elemento, locura a lo El club de la lucha, guiños a Woody Allen y experimento a lo Black Mirror. Si algo es Maniac es un gran puzle lleno a rebosar de homenajes y referencias inspiracionales. Y esto es algo que engancha a cualquiera que le apasione el cine. Como ver a Gabriel Byrne de nuevo de gangster o a Justin Theroux riéndose de su miembro como ya hacía en The Leftovers.

Posiblemente, Maniac sea de esas ficciones que exigen tanta atención al espectador en cada episodio, que éste espera un feedback de calidad más allá de los guiños poperos. Habrá algunos episodios que gusten más que otros, que nos defrauden o nos encanten. Consigue la serie sorprender en determinados momentos; en otros, uno se pregunta si no nos estarán tomando el pelo. Una vez acabada Maniac, me sentí embriagada, qué coño ha sido esto. Como recién bajada de una montaña rusa bestial al estilo Magic Mountain. Pero como en aquella atracción de feria, una vez pasados los primeros minutos, es fácil que esos sentimientos un tanto lisérgicos desaparezcan. Creo que tuve resaca de Maniac y he tardado tanto en dar mi opinión porque aún no tengo claro si me encantó o todavía estoy en uno de esos bucles intentando salir de ella.

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