A la fascinación que nos invade cada vez que vemos un documental sobre casos sin resolver, The Keepers añade una perspectiva nueva. Las dos mujeres que tiran de la manta son jubiladas, sin nada que perder. Parecen Jessica Fletcher en Se ha escrito un crimen. A sus habilidades detectivescas y tesón, se une la posibilidad de contactar con posibles testigos gracias a internet.
Lo que parece ser un asesinato con un dudoso móvil, se convierte en una retorcida y sucia historia de abusos sexuales a menores por parte de unos curas que intimidaban a sus víctimas. El poder de la archidiócesis y de la policía, el miedo al qué dirán, a no ser creídas, hizo que muchas de esas niñas callasen en su momento. Este documental logra que hablen y que sus familiares se enteren y ayuden en el caso. Por haber hay hasta una garganta profunda.
Lo más duro de The Keepers es la crudeza de los testimonios. La mayoría de esas alumnas habían sido maltratadas en sus casas y los curas que debían de velar por su integridad utilizaban esa vulnerabilidad para aprovecharse sexualmente de ellas. Su extrema ingenuidad duele. Aquellos curas, valiéndose de la palabra de dios (de un dios justiciero, claro), las lavaron el cerebro, las drogaron, las hipnotizaron, las utilizaron.
La rudimentaria forma en la que las dos mujeres van desentrañando el caso puede gustar o repeler a partes iguales. A mí personalmente me hace gracia ver cómo apuntan las pistas en filtros para café, por ejemplo. Pero lo que más me impacta de The Keepers es descubrir cómo el Mal campa a sus anchas gracias a la ignorancia y a los tabúes. Y cómo el más fuerte se aprovecha del débil, con una hipocresía y crueldad que en algunos momentos da auténtico asco y repulsión.
Las sucesivas confesiones de las mujeres violadas de niñas por curas en #theKeepers es de lo más repugnante que he escuchado en mi vida.— Mariló García 🦄 (@Yonomeaburro) 24 de mayo de 2017
Así son retratados los curas en las series de televisión.
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