Una joven entra al instituto con el pañuelo puesto sobre la cabeza.
La profesora le niega el paso. Gorras fuera. Tampoco cruces por debajo
de la camiseta. Ser laico no implica, sin embargo, reflexionar en el
aula sobre religión, acudir a una iglesia a dibujar. Los chavales se
pelean, son castigados, su “sueño” es cobrar el paro. Su insolencia y la
falta de confianza en sí mismos, como barreras para hacerse un hueco en
la carrera que ya ha comenzado. Con este panorama desolador, en
La profesora de historia, una
mujer logrará, de forma desinteresada, crear un clima esperanzador: que
unos chavales apáticos no aprendan Historia sino que la comprendan. Un
concurso sobre qué es ser un joven en un campo de concentración les
impone el respeto necesario para cambiar el chip. El drama se va
narrando con optimismo, la idea de ganar el certamen, de comprender el
mensaje parece ser el fin. Luchar por la dignidad, contra el racismo,
valorar la amistad y la solidaridad son sus nuevas metas, los
transforma. Lo que podría haber sido un filme realista más sobre la falta de valores de la juventud, encuentra
la metáfora en una historia de doble superación. La de los chavales y
la del anciano superviviente al nazismo que aporta un matiz sobrecogedor
–“No soy creyente. Creo en las personas. Dios no existe”– más cercano
al documental, imprescindible, junto al recuerdo de Simone Veil, para entender lo más importante, lo que no hay que olvidar
[Crítica publicada en Cinemanía mayo 2015] La profesora de historia (Les Heritiers), de Marie-Castille Mention-Schaar, con
Ariane Ascaride, se estrena en España el 15 de mayo.
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