28.6.11

Crítica. Solo una noche: prohibido celosos


Sé infiel y no mires con quién. En una comedia (sobre todo si es francesa) resulta de lo más divertido ver al típico cornudo (o cornuda) llorando por las esquinas o planeando una venganza o reprimiendo la ira y/o la tristeza mendigando también una canita al aire. La risa está asegurada porque siempre parece haber un motivo (sea real o imaginario) para castigar a la media naranja. Sin embargo, cuando el cine profundiza en el engaño entre dos personas que se quieren ¡cuidado! es muy fácil sentirse identificado. El drama de Massy Tadjedin disecciona cada minuto de la noche del título, partiendo de los celos infundados del personaje de Keira Knightley, al temer que su marido (Sam Worthington) pueda verse atraído por una nueva compañera del trabajo (Eva Mendes) con la que se va de viaje. Cuando confiamos en su rectitud moral, descubrimos que ella se siente especialmente ilusionada al coincidir con un antiguo amor (Guillaume Canet), con el que no duda en compartir su soledad. El problema de Sólo una noche es la pareja Worthington-Mendes, que no transmite ese deseo por lo prohibido. Al contrario, la química Knightley-Canet es brutal (tal vez por lo que guarda de amor imposible). Tampoco ayuda que sea la mujer la culpable de todos los males (ella es la celosa, la seductora, la que provoca la ruptura) ni que la tentación venga de fuera (la latina; el francés), como algo ajeno a la moral yanqui. Me quedo con el cínico (e intuitivo) personaje de Griffin Dunne, de vuelta de todo.

[Crítica publicada en Cinemanía junio 2011]

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